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Todos somos Argentina

Las elecciones de hoy en Argentina son el hecho político más importante de Sudamérica en muchos años. Su significado desborda largamente el perímetro de su geografía y su reverberación se notará, durante cierto tiempo, en las tendencias y corrientes de muchos otros lugares.

Esto no ocurrirá necesariamente porque lo que suceda en Argentina llevará a otros, conscientemente, a actuar de tal o tal forma; más bien porque lo que allí pase será una expresión del “Zeitgeist” -el espíritu de los tiempos- de una región que afronta hoy, en un contexto económico adverso, esta disyuntiva: perseverar en el populismo de acuerdo con unos usos, una cultura, que pesan más que las evidencias, o hacer de tripas corazón y elegir, en contra de la herencia política, una vía razonable, hecha, sí de esfuerzos y sacrificios, y sobre todo de paciencia, para ponerse a la altura de los países que van por delante.

Observando el desarrollo de esta campaña, he regresado muchas veces a esa terrible y cruel frase de Ortega y Gasset sobre el género humano: “La mayor parte de los seres humanos poseen una capacidad mínima para pensar, sentir, querer, por tanto ser, por cuenta propia y se sienten felices cuando la sociedad, en torno de ellas, las exonera de ese compromiso y de ese esfuerzo, y les introduce el sistema de deseos humanos que son los usos”. Traducida a las elecciones argentinas en las que Daniel Scioli, el candidato oficialista, está al borde de ganar en primera vuelta y el líder opositor Mauricio Macri trata de impedírselo, uno tiene la tentación de aceptar que, en efecto, un gran número de argentinos decidió hace ya algún tiempo abdicar de la responsabilidad de pensar por cuenta propia y aceptaron esos usos del populismo que les parecen suministrar una explicación para el subdesarrollo y una compensación moral por estar más atrasados que otros pueblos.

Sin embargo, algo en mí se resiste a aceptar que esto es así. No es concebible que, por extendidos que estén los usos del populismo y por mucho que el relato antiliberal suministre una dispensa moral por el fracaso de ser un país que se “des-desarrolló” -para emplear el término que propuso Mariano Grondona en uno de sus libros-, los argentinos quieran dar continuidad al desastre que está viviendo su país. Tiene que haber, en esa sociedad, reservas suficientes de racionalidad para entender que estas elecciones no enfrentan a la derecha y la izquierda, los buenos y los malos, los ricos y los pobres, los patriotas y los traidores, sino a dos cosas más elementales que todo eso: seguir por el camino del fracaso o enmendar el rumbo.

Todo ha quedado reducido, hoy, a si Daniel Scioli, el gobernador de la provincia de Buenos Aires al que el kirchnerismo escogió como candidato del oficialismo, obtendrá 45% o 40% más 10 puntos de ventaja sobre su más cercano perseguidor, el jefe de gobierno saliente de la capital, Mauricio Macri. Así es como Scioli ganaría en primera vuelta y todas las aspiraciones de ese amplio número de argentinos que aborrecen la degradación institucional y política, y la mediocrización económica, que asocian con el gobierno actual se verían trágicamente frustradas. Obtener 45% parece fuera del alcance de Scioli, pero en algunos sondeos ha rozado y en otros superado el 40%, sacándole a Macri los 10 puntos necesarios para ganar en primera vuelta. Por tanto no es imposible este escenario de triunfo definitivo del gobernador que representa al oficialismo.

Uno tiene la tentación de señalar al tercero en discordia, Sergio Massa, el ex alcalde de la localidad de Tigre, en la provincia de Buenos Aires, que está situado a unos ocho puntos de Macri, como responsable de lo que sucede. Pero se trata de un peronista disidente del kirchnerismo -llegó a integrar el gabinete de Cristina Kirchner- y por tanto sabe Dios si, en ausencia de él, un número suficiente de votantes que ahora se inclinan por esta tercera opción habrían preferido a Scioli, peronista al fin y al cabo, en lugar de Macri, al que ese partido de partidos percibe como un enemigo. No se puede descartar, por tanto, si Macri logra hoy forzar un “ballotage”, que Massa, el que lo privó de la posibilidad de seguir creciendo para atrapar a Scioli, haya sido también quien privó a Scioli de la posibilidad de ganar en primera vuelta.

Un número no menor de votantes indecisos -entre 5% y 10%, según los últimos sondeos- y un número aun mayor de votantes que no descartan cambiar su preferencia -alrededor de 17%- podrían poner de cabeza las previsiones que la ciencia demoscópica ha hecho para estas elecciones. Pero da una idea de lo misterioso que es el electorado argentino el que uno no pueda hoy intuir hacía dónde iría ese vuelco en caso de que los indecisos o los que dicen que podrían cambiar su preferencia optaran por alguien masivamente. Lo mismo podrían dar a Scioli el aventón definitivo para auparlo en primera vuelta, que  -si se trata de un voto escondido que temía revelar sus cartas antiperonistas ante los encuestadores-darle a Macri un viento de cola que lo pondría en situación de ventaja de cara a una segunda vuelta. Y ni siquiera es inconcebible una tercera posibilidad: que Massa, que ha rondado los 20 puntos en esta campaña, atrape a Macri y convierta el “ballotage” en un lío entre peronistas.

No menciono otras posibilidades porque el resto de candidatos no puntúa lo suficiente para ser determinante en ningún sentido. Pero eso no quiere decir que no puedan sumar algo en una eventual segunda vuelta. Una segunda vuelta que, en caso de darse, es de muy incierto pronóstico, de cualquier manera. Suponiendo que ella enfrentase a Scioli y Macri, la pregunta clave es: ¿Que harán los votantes de Massa? Otra forma de hacer esa misma pregunta es ésta: ¿Son los votantes de Massa peronistas cuya animadversión por el antiperonista Macri supera su desagrado por la Presidenta Kirchner, a la que juzgan una desviación del peronismo, o de peronistas que ponen la necesidad de un gran cambio por encima de la lealtad a la tribu?

Es imposible saberlo. Esos votos se repartirían, sin duda, pero una mayoría optaría por alguna de las dos respuestas y no hay a estas alturas manera de prever un resultado. Es cierto que, a juzgar por distintos elementos, incluyendo ciertas encuestas, parece haber suficientes votantes de Massa que prefieren al Scioli peronista, a pesar de ser el candidato oficialista antes que a Macri, el enemigo que en su día desdeñó la perspectiva de una alianza con su candidato, como para darle al gobernador de la provincia bonaerense el triunfo en segunda vuelta. Sobre todo si se tiene en cuenta que en esa segunda vuelta Scioli partiría, por el resultado de la primera, con una ventaja significativa sobre Macri. Pero nada está dicho. Massa, un candidato que se inició en las juventudes liberales antes de decidir que en su país era imposible hacer carrera política fuera del peronismo, es lo bastante ambicioso como para pactar con quien crea que lo necesita más. Y en cualquier caso, no tiene sobre sus votantes un poder de “endoso” ni mucho menos.

La herencia que deja el kirchnerismo es una película de terror. A la devastación institucional y la degradación de las formas democráticas, la corrupción, la polarización ideológica y la puesta en valor de la prepotencia verbal y física, se suma una economía enferma.

El crecimiento, en el mejor de los casos, bordeará el 0,4% este año y será negativo el siguiente; la inversión se ha desplomado y la desconfianza es tal, que hay no mucho menos de 500 mil millones de dólares fuera del sistema financiero local, fugados hacia destinos que ofrecen la seguridad que Argentina no ofrece; la inflación se sitúa entre 25 y 30% al año y la pobreza estadística alcanza a entre 28 y 30% de la población; la agricultura ha quedado reducida al monocultivo de la soja, y el área sembrada de trigo -ese emblemático cereal argentino- se ha tenido que reducir tanto que equivale hoy a la que había hace cien años.

Este es el contexto que recibirá el próximo presidente. Pero, además, recibirá emergencias de solución endemoniadamente difícil. Argentina está en suspensión de pagos desde 2014 por el conflicto con los tenedores de bonos que se negaron a aceptar la quita con la que el gobierno reestructuró su deuda; mientras no negocie una solución, difícilmente podrá acceder al mercado de capitales (algo que, por lo demás, también se ve dificultado por otros factores, como la ficción que son las estadísticas oficiales del Estado argentino y que le valieron en el Fondo Monetario Internacional un proceso humillante en su momento).

Otro reto que espera al sucesor de Kirchner es el cepo cambiario, término con el que se conoce a la batería de restricciones cambiarias que han convertido todo tipo de transacciones en un laberinto burocrático y, en muchos casos, un acto delincuencial. El resultado ha sido un vasto mercado negro en el que el verdadero valor del dólar le hace a diario muecas burlonas al dólar oficial. Pues bien: el próximo mandatario tiene que decidir qué hacer. Scioli ha sugerido la posibilidad de una devaluación, Macri ha ofrecido abiertamente acabar con el cepo y dejar flotar el dólar. En cualquiera de los casos se producirá, como efecto inmediato, una fuerte depreciación de la moneda, lo que afectará a millones de argentinos, desgastando a un gobierno entrante que ninguna culpa tiene de esta herencia envenenada. Por no mencionar el asunto de fondo: si el sinceramiento del mercado cambiario oficial no viene acompañado de la restitución de la confianza, no logrará la reanimación esperada y la gente asociará la medida con efectos negativos.

Menuda tarea la que espera a quien gobierne. ¿Cómo se modifica un sistema en el que casi 14 millones de ciudadanos dependen de subsidios estatales y en el que no más de nueve millones y pico viven de ingresos relacionados con la empresa privada? Que es posible modificarlo, lo sabemos porque otros países lo hicieron, entre ellos los de la Europa ex comunista. Pero en el caso argentino no es nada seguro que Scioli quiera hacerlo y menos aún que el kirchnerismo, que se cree  su dueño, se lo permita. O que Macri pueda armar una coalición gubernamental capaz de resistir al poder destructivo del peronismo que, desde fuera del gobierno, tratará de arruinar su gestión.

Argentina pudo sostener el populismo de Kirchner por el “boom” de los commodities. Hoy, quienes creemos que ese gran país debe volver a colocarse a la vanguardia de Sudamérica y estar entre los líderes de la modernización de la región y su puesta al día con el mundo desarrollado queremos pensar que una mayoría suficiente de argentinos ha comprendido lo artificial de todo aquello. Es decir, que un número suficiente de argentinos ha decidido rebelarse contra la frase de Ortega y Gasset y demostrar que están en condiciones de pensar por cuenta propia.


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