Lo que ha hecho esta semana el fiscal venezolano Franklin Nieves al revelar la farsa que fue el proceso por el cual Leopoldo López, ícono de la resistencia democrática, purga una condena de casi 14 años en una prisión de su país tiene un significado que va más allá del político. Hay que escarbar en algunos libros famosos sobre el totalitarismo para entender mejor la dimensión moral y los dilemas éticos que el “caso” de Nieves plantea.
Muchos pensadores contemporáneos que padecieron, ya sea en formas extremas o por el simple hecho de vivir en él, la abolición de la libertad y su reemplazo por un sistema de poder tiránico han reflexionado sobre todo lo que ello implica acerca del sistema en cuestión pero también del género humano. Pienso en Vivir en la verdad, de Havel; Cartas desde la prisión y otros ensayos, de Michnik; ¿Es feliz Dios? Y otros ensayos, de Kolakowski, y El Dios que fracasó, de Koestler y compañía. Por mencionar sólo algunos.
Sobre el papel, el fiscal no nos ha contado nada que no sepamos: el proceso llevado a cabo por la jueza Susana Barreiro y dos fiscales, él mismo y Nardia Sanabria, fue un simulacro digno de los procesos de Moscú llevados a cabo entre 1936 y 1938, y que han pasado a la historia como epítomes de lo que es la justicia travestida bajo un régimen totalitario. La diferencia es que en este caso López no es un disidente sino un opositor desde la primera hora y que su sentencia no fue la pena de muerte sino la cárcel (aunque el presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Diosdado Cabello, ha pedido ampliar la acusación contra el líder opositor a asesinato: uno se pregunta en qué momento este gobierno que ha matado ya a mucha gente decidirá restituir formalmente -y aplicar a sus críticos más prominentes- la pena capital).
No sólo no nos ha contado el fiscal Nieves nada nuevo, sino que muchos de los detalles que ha hecho públicos era fácil intuirlos. Por ejemplo: que recibía instrucciones directas de su superior, el director de Delitos Comunes, Nelson Mejía, en relación sobre cómo debía proceder para amañar el proceso; que esa misma maquinaria impidió que el 96% de las pruebas que tenía en su poder la defensa de López, incluyendo 36 videos y más de mil testimonios, fueran aceptadas en el juicio; que todos los testigos de la fiscalía eran preparados por el propio Nieves y la fiscal Sanabria para dar un falso testimonio contra el inculpado; que todo, incluyendo el hecho de que las 71 audiencias fueran cerradas, fue organizado para impedir que los atropellos sistemáticos pudieran quedar en evidencia, y, por supuesto, que la sentencia misma fue políticamente dictada a la jueza, mera amanuense de la voluntad del Ejecutivo y de Diosdado Cabello, que desde la Asamblea Nacional coordina las acciones del Ministerio Público que la judicatura refrenda.
Y, sin embargo, que todo esto fuera sabido o intuido no quita un ápice el drama de la confesión, el impacto político de la revelación, la complejidad moral ante la cual coloca lo dicho por Nieves a todos los que tenemos alguna sensibilidad por estos asuntos, y especialmente a la familia de López y a quienes en Venezuela han visto sus vidas desgarradas por la dictadura chavista. No se vivía una cosa parecida en América Latina desde los grandes gestos de disidencia y delación ocurridos en la Cuba de Castro. Las dictaduras militares de derecha no producían grandes confesiones fuera de los tribunales de la democracia y cuando las producían no suscitaban los dilemas morales que suscitan los régimenes dictatoriales comunistas (o semi- comunistas). Quizá porque las atrocidades de las dictaduras militares no tenían ni buena prensa ni un aparato de apoyo propagandístico más allá de los actores directamente involucrados y sus cómplices orgánicos, o porque quienes respaldaban a esos regímenes en las democracias liberales del mundo lo hacían desde un cierto cinismo resignado, no desde un idealismo ideológico.
Es útil que nos cuenten cómo funciona el aparato aplastante del poder en Venezuela a pesar de que sabemos que así funciona. El catastro minucioso de los abusos que se cometen a través de instituciones cuyo papel teórico es castigarlos tiene un valor incalculable desde muchos puntos de vista. Quizá el mayor sea que, en la medida en que nadie que no tenga una fe ideológica ciega en el totalitarismo puede vivir en la mentira en paz consigo mismo, una confesión delatora hecha desde el interior del aparato totalitario produce una crisis en los propios funcionarios, pequeños o medianos, que día a día sostienen el engranaje del poder. En otras palabras: el fiscal Nieves coloca a todo el sistema ante la evidencia de su propia mentira. Eso no es poca cosa.
Si en el interior provoca este efecto perturbador, ¿qué efecto produce en el exterior? Me refiero, por ejemplo, a los gobiernos y medios de comunicación de distintos países que, aun sabiendo lo que sucedía, guardaron silencio o, en muchos casos, fueron cómplices del chavismo cuando cometía sus peores atropellos. Ellos tampoco pueden vivir cómodamente en la mentira. La desnudez de la verdad, el proceso mediante el cual se despoja a la verdad venezolana de los atuendos que la disimulan, también supone para el mundo exterior un desafío de gran magnitud. Pienso, por ejemplo, en la OEA y sus funcionarios, o en los gobiernos que forman parte de ella, y lo que fue su comportamiento durante el proceso de López. Que la verdad quede expuesta tan crudamente ante sus ojos no podrá dejar de tener un efecto cuando, el día de mañana, por la razón que sea, el caso de Venezuela vuelva a tocar las puertas.
Vaya ironía que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos haya dicho, por boca del relator para Venezuela, Felipe González, que habrá “consecuencias muy graves” para ese gobierno si las investigaciones en marcha confirman el testimonio del fiscal Nieves.
Las consecuencias políticas son también de cierta envergadura. No significa esto que el régimen de Maduro vaya a caer por el testimonio de Nieves. Pero sí que, en el proceso hacia la democracia, hay ciertos hitos que van marcando el camino: este es uno de ellos. Todo esto renueva el aliento de los demócratas que el próximo 6 de diciembre derrotarán al chavismo en las elecciones legislativas (las encuestas dan consistentemente a la oposición el doble de respaldo que al gobierno) y tendrán que soportar un fraude de grandes proporciones. El factor psicológico, no lo olvidemos, es una de las claves de una resistencia democrática exitosa. Esto lo han explicado bien, por ejemplo, los intelectuales y actores cívicos de regímenes como el de Checoslovaquia en su día (los del grupo llamado Carta 77, entre otros).
A la comunidad internacional le será menos costoso, ahora, hacerse eco de las denuncias de fraude. Podrán -esta vez con menos temor de ser acusados de injerencia- apuntar a todos los elementos que delatan la intención oficialista, incluyendo el estado de excepción que se ha decretado en 24 municipios de Zulia, Táchira, Apure y Amazonas, la prohibición de participar que pesa sobre muchos candidatos o la ausencia de observadores serios.
Para muchos actores de este drama la denuncia del fiscal Nieves supone un dilema moral atroz: la familia de López, las otras familias de presos políticos, la Venezuela que batalla por su libertad. Ellos, como otros seres humanos enfrentados a testimonios parecidos en la historia del totalitarismo, se preguntan: ¿Debo perdonar? Y enseguida esa pregunta que es puramente moral se entremezcla, inevitablemente, con consideraciones políticas. Si no perdono, ¿estoy impidiendo que otros funcionarios de la dictadura den el mismo paso y ella termine por desmoronarse? Si perdono, ¿lo estoy haciendo sólo por esa conveniencia táctica? ¿Es eso moral?
No tengo, por supuesto, respuestas absolutas para estas complicadas interrogantes y es probable que no las haya. Por lo pronto, el padre del preso político, Leopoldo López Gil, confrontado directamente con el fiscal Nieves en NTN24 esta semana, lo ha perdonado. Lo ha hecho con expresiones que denotan sinceridad… pero también dolor y conflicto emocional. Su hijo, después de todo, a menos que el régimen se venga abajo antes, tendrá que pasar 14 años en la cárcel por la acusación del propio Nieves contra Leopoldo, a quien imputó instigamiento a la violencia y otros delitos.
La acusación, ¿es realmente de Nieves o es del régimen? Si es del régimen, quiere decir que si Nieves se hubiera inmolado apartándose del caso o denunciando la farsa de inmediato en la propia Venezuela, lo habrían reemplazado ipso facto y el proceso hubiera seguido su curso infame. De hecho, uno de los argumentos que esgrime el fiscal Nieves para justificar el no haber hablado antes es que él quería esperar la sentencia para tener las pruebas de todo el proceso; si hubiese actuado antes, lo habrían reemplazado y no hubiera podido tener en sus manos el testimonio documentado que ahora ofrece desde Estados Unidos, donde está pidiendo asilo político. ¿Es este un argumento creíble o es solamente la autojustificación de un hombre que tenía miedo y tardó en vencerlo? Si lo segundo es lo cierto, ¿podemos condenar a un hombre por tener miedo? ¿No es acaso un acto de heroísmo vencer ese miedo y desafiar el totalitarismo cuando el régimen todavía tiene los medios de hacerle pagar al insolente su osadía?
Todas las preguntas anteriores se las han hecho una y mil veces las sociedades que sufrieron el totalitarismo. Es una de las características de esos sistemas: todos son sospechosos de algo; ningún acto, aun siendo valeroso, escapa a algún cuestionamiento moral. Quienes conocen más o menos de cerca el proceso del exilio cubano saben hasta qué punto cada generación de exiliados de Cuba cuestiona a la que vino después por no representar la misma pureza anticipatoria, la misma lucidez original, que representa quién dio el paso -la ruptura con el mal- más temprano.
Lo cierto es que quienes bregan por la democracia venezolana no se pueden dar el lujo de cerrar las puertas al fiscal Nieves, que, con lágrimas en los ojos, ha pedido perdón y ofrecido la ayuda importante de sus conocimientos sobre lo que pasa en Venezuela. Creo que los padres y la esposa de Leopoldo, que han tenido expresiones de una grandeza conmovedora en estos días, hacen bien, a pesar de todo, en tener conmiseración con este fiscal que es, como todos los fiscales Nieves de los regímenes totalitarios, más una víctima que un victimario. Asimismo, como “víctima”, lo definió el propio padre de Leopoldo, con lucidez política y moral.
No sabemos cuándo saldrá de la cárcel -ni en qué estado estará cuando salga- el preso político más famoso de América. Pero sí sabemos que, gracias al fiscal Nieves, su caso ha vuelto a la conciencia de muchas personas en el mundo y que, aunque sea sólo por eso, hoy es una pizca más libre que ayer.