Cualquier cosa es posible en las elecciones del domingo en España: desde la reelección del Partido Popular con Mariano Rajoy a la cabeza, hasta un resultado que abra las puertas del poder a una alianza de izquierda, pasando por un pacto entre uno de los partidos nuevos y el actual gobierno que sacrifique el Presidente y lo reemplace por alguien de su agrupación que tenga menos anticuerpos.
Este abanico de posibilidades es quizá un buen resumen de lo que han sido los últimos cuatro años: un caos político, moral y económico que sin embargo se está ordenando, para sorpresa de todos y decepción del enemigo, bajo un gobernante improbable al que las cosas siempre parecen salirle bien de lo mal que le van hasta que cambian.
Nadie creyó que Rajoy sobreviviría como líder de su partido cuando perdió dos elecciones; sin embargo, acabó con sus adversarios internos y llegó al poder en 2011. Nadie creyó que, con una gestión marcada por la catástrofe bancaria de 2012, la bancarrota ética de 2013, la hecatombe soberana que duró medio gobierno, la abracadabrante tasa de desempleo que signó parte de su gestión, la crisis institucional que hizo tambalearse a la monarquía y las reformas más impopulares de la etapa moderna, Rajoy llegaría a estas elecciones en capacidad de sobrevivir. Ello no obstante, obtendrá la primera mayoría; si los números le cuadran, no puede descartarse que logre pactar con Ciudadanos y seguir gobernando.
Esto se debe a que la economía, gracias a las odiadas reformas y la estabilización del sector financiero, ha repuntado notablemente (España crece más de 3%, muy por encima de la media europea). Y también a que un sector de españoles de cierta edad y talante prudente prefieren la conducción de este gallego tranquilo y sobrio a la incertidumbre de esos líderes jóvenes que han zarandeado la cosa pública española a la cabeza de partidos nuevos, uno populista a la latinoamericana (Podemos) y el otro centrista y contrario al nacionalismo catalán (Ciudadanos). Tampoco quieren hacer retroceder las manijas del reloj devolviendo al PSOE al poder: muy pocos han olvidado la calamidad que fue la gestión de Rodríguez Zapatero.
Aun así, Rajoy y el PP, que obtuvieron la mayoría absoluta hace cuatro años, sólo lograrán una mayoría parlamentaria pequeña, a menos que una misteriosa corrida de votos refuerce al gobierno a última hora, de manera que es probable que tengan que negociar un acuerdo.
La cuestión es si Rajoy tendrá fuerza suficiente para que su eventual socio, Ciudadanos, acepte que él siga a cargo del gobierno, o si acabará tan debilitado que Albert Rivera, el líder de dicha agrupación, exigirá que otro líder del PP lo reemplace para no aparecer ante sus seguidores como un sostén de aquello que sus electores rechazan: la vieja guardia desgastada bajo la cual se produjeron escándalos de corrupción. A menos que Ciudadanos prefiera abstenerse y obligar a Rajoy a gobernar en minoría, lo cual garantizaría nuevas elecciones muy pronto.
La opción alternativa -el pacto de izquierda- también planea sobre España. Si Podemos supera con claridad a Ciudadanos y el PSOE hace un mejor papel del que se espera, podrían ambos aliarse y sumar a ese pacto a la otra variante de la extrema izquierda que compite en estos comicios. O podrían ambos tratar de sumar a Ciudadanos a su acuerdo, lo que tendría para Rivera un alto costo.
La España de hoy va mejor en lo institucional, lo económico y -parecería- lo ético. Falta ver si la política, tras estos comicios, endereza también el rumbo o se tuerce por muchos años.